Si hay un lugar realmente sublime, perfecto e irremplazable, ese tendría que ser, sin duda, aquel sitio de ocio y tranquilidad suprema: El Bobo.
El Bobo es lugar de descanso o de actividad intelectual inútil pero fascinante por su ingenuidad y sencillez; de calmada reflexión por fuera del ajetreo de la rutina, de las clases, y de la rigidez de una sociedad que tilda al observador y espectador despierto pero retraído de vago simplón. El Bobo es punto de escape, en suma, de liberación total.
El Bobo va más allá de ser un monumento al retraimiento y al pensamiento. Es elixir de intelectualidad etérea, de inimaginable creatividad mental, de pasión, sueños, libertad, conocimiento.
La mirada pensante del mal llamado Bobo genera pensamientos profundos. ¿En qué piensa? ¿Para donde va? ¿Por qué permanece allí, inmutable, en su estoica postura? En suma, se me ocurre que el Bobo somos todos, dubitativos y corrientes, en fin: hombres.
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